este museo censura

Nosotras sí sabemos quién dio la orden: denuncias contra el Museo Casa de la Memoria

Por Las Cuchas Tienen Razón

En Medellín, donde la memoria debería florecer, la están pintando de gris plomo.

Lo que ocurrió el pasado 8 de febrero en el Museo Casa de la Memoria es un atentado simbólico contra quienes han cargado durante años con el duelo, la búsqueda y la resistencia. Madres, hermanas y familiares de víctimas del Estado colombiano se reunieron en un mural para escribir una verdad incómoda pero necesaria: “Todxs sabemos quién dio la orden”. No era solo una frase: era una herida abierta señalando la responsabilidad de Álvaro Uribe Vélez en la Operación Orión y las miles de ejecuciones extrajudiciales, los llamados “falsos positivos”.

El mural fue pintado por MAFAPO, Mujeres Caminando por la Verdad, MOVICE y artistas de Medellín, como un acto legítimo de memoria y denuncia, una forma de dar vida a las voces de quienes ya no están. Sin embargo, esa expresión fue borrada en menos de 16 horas por orden directa de la administración del alcalde Federico Gutiérrez, a través del nuevo director del Museo, Luis Eduardo Vieco Maya.

No hubo diálogo. No hubo respeto por los acuerdos previos con las víctimas. No hubo cuidado con su dolor. Solo silencio gris. Solo censura.

Un museo al servicio del poder

La Casa de la Memoria no siempre fue así. Fue pensada como un espacio para recordar, para narrar lo indecible, para que la ciudad no olvidara que en sus comunas el Estado también mató. Pero desde que se eliminó el comité asesor (donde participaban ONG, comunidad y cooperación internacional) y se instauró un consejo directivo controlado por el alcalde, el museo cambió su vocación: dejó de estar del lado de las víctimas para estar del lado de los victimarios.

¿Cómo entender que en 2023 ese mismo museo recibiera la medalla del coronel Jaime Pinzón Amézquita —reconocido por su responsabilidad en más de 50 ejecuciones extrajudiciales— y ahora censure a las víctimas que exigen justicia por los 6.402 civiles asesinados? ¿Cómo justificar que un espacio que dice proteger la memoria colectiva borre una intervención hecha precisamente en un proceso colectivo con las madres buscadoras?

¿Qué tipo de memoria quieren preservar?

Es evidente que no se trata de cuidar un muro ni de regular el arte. Se trata de borrar selectivamente la historia. De silenciar las verdades que no le convienen al poder. De imponer una narrativa donde las víctimas de crímenes de Estado desaparecen dos veces: una por la violencia, y otra por la censura.

¿Memoria sí, pero solo la que no incomoda?
¿Museo sí, pero al servicio del olvido?
¿Arte sí, pero desinfectado, neutral, sin rabia ni nombres propios?

Las madres —las cuchas— que pintaron ese mural no buscaban venganza ni espectáculo. Solo querían que Medellín recordara. Que Colombia recordara. Que nadie más tuviera que buscar entre los escombros, entre el silencio cómplice, entre los restos de lo que alguna vez fue justicia.

Contra el negacionismo: el poder de la memoria viva

La censura no es un hecho aislado. Forma parte de una ofensiva negacionista de la derecha colombiana que busca reescribir la historia del conflicto, invisibilizar la responsabilidad estatal y lavarle la cara al paramilitarismo. Lo hacen desde los medios, desde las alcaldías, desde los discursos que llaman “odio” a la verdad, y “polarización” a la memoria crítica.

Pero la memoria es un derecho, no una concesión. Es una forma de justicia. Es una herramienta política que incomoda a quienes han preferido siempre el olvido impune.

A las cuchas, como siempre, les tocó volver al muro. Volver a pintar. Volver a decir lo que muchas veces se les ha querido callar: aquí el Estado mató, desapareció, ocultó y mintió. Y lo hizo con nombres propios, con órdenes precisas, con generales premiados por asesinar inocentes.

El arte que incomoda es el arte que recuerda

Borrar un mural no borra la verdad. Lo que hicieron en el Museo Casa de la Memoria es un acto cobarde, pero también inútil. Porque la memoria no vive solo en un muro: vive en las camisetas con los rostros de los desaparecidos, en las lágrimas que se convierten en consignas, en las manos que no sueltan los pinceles ni los pañuelos.

Podrán borrar murales, pero no podrán borrar el derecho a exigir justicia.
Podrán censurar frases, pero no podrán callar a las madres.
Podrán clausurar espacios, pero no podrán detener esta marea de memoria viva que crece desde abajo.

Porque las cuchas tienen razón. Y no vamos a olvidar.

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